PRÓLOGO:
Hola. He vuelto.
Muchas cosas han pasado desde la última vez. Cambios de orientación a nivel de estudio. Cambio de trabajo. Todo muy lindo.
Pero si volviera para hablar de cosas lindas, no hubiese vuelto.
Lo que me acaba de pasar hace minutos nada más, es lo que me ha hecho escribir estas líneas y las siguientes. Necesito comentarlo.
Carnaval. Sábado, domingo, lunes y martes, libres. Divino.
Aproveché y me fui a la mierda. El destino; el de siempre, el guerrero, el anhelado, y el necesario; Las Toscas.
Los tres primeros días descansé, jugué una partida de paintball con mis amigos (Paintball Las Toscas, por más info, hacete amigo en Facebook), comí como un cerdo, etc.
Llega el martes. Me levanto como a las 3 de la tarde. Molido pero feliz. Y con un amigo nos vamos a hacer las compras (a pata, lógicamente) para el almuerzo-merienda (el viejo y querido refuerzo gasolero).
Hechas las compras, volvemos a la casa, y cuando vacío mis bolsillos para sacar: plata, billetera, cigarros y celular. El último me faltaba.
Lo primero que atiné a pensar, conociendo a mis borrachos, delincuentes y drogadictos amigos fue “alguien lo agarró”. Luego de el clásico “dale bo, ¿quién lo tiene?” y el “yo no lo tengo boludo”, pegué la vuelta para buscarlo, a ver si, milagrosamente, estaba por el camino que había hecho... pero un carajo.
A todo esto, llamo a mi celular, suena, y salta el correo de voz. Llamo nuevamente, y da apagado. Por consiguiente “afanado”.
En fin. Asimilado ya el hecho de que no lo iba a recuperar, que por cierto no fue fácil. Vuelvo a Montevideo.
LO QUE VIENE DESPUÉS DEL PRÓLOGO; “HISTORIA”, SUPONGO:
Jornada laboral con una hora de descanso. ¿Qué hago? Me voy a Ancel, al que está frente al Montevideo Shopping a anular el chip viejo, comprar uno nuevo y de paso, como todo uruguayo, ver si puedo garronear un aparato gratis. Estoy a unas cuadras, “no voy a demorar mucho”, me dije a mi mismo. Que pelotudo.
Llegado al lugar, ya con mi numerito 36, en el primero piso, como amablemente la vieja de la entrada me indicó, pregunto por “NorecuerdoelnombreperoponelequeSilvia”, la encargada de vender los Chip & Dale.
Los numeritos para comprar chips, son distintos a los de cualquier otro trámite. Lo bueno, es que hay 15 personas para atender los “cualquier otro trámite”, y UNA para vender los chips.
Silvia llama al “34”. Yo, sabía que tenía el 36, pero igual miré el numerito. Acto-reflejo de toda persona en la faz de la tierra. Mirar el número cuando llaman, sabiendo igual qué número tiene. Pero es un tema que ya he tratado en este maravilloso Blog.
Me dije a mí mismo: “¡¡¡Bien, Silvia!!! Sólo nos separan 2 números de tu amable atención, y todavía me quedan 55 minutos de descanso. Me da para llegar y comer la milanga que tengo en el morral”. Que pelotudo 2.
A los 5 minutos de atendida la señora del 34. Ahí me di cuenta. Me cayó la ficha. Abrí los ojos. Me desvirgué. Silvia era “nueva”.
Está todo mal con los “nuevos”. En realidad con “los nuevos que tienen que atenderme a mí”, y cuando digo “a mí”, también me refiero a ti, querido lector, que cuando lees “para mí”, piensas “para él”, que si bien es “para mí”, también va “para ti”. Clarísimo.
El “nuevo” en lo que tiene que ver con atención al público, es la persona más odiada y blanco de innumerable cantidad de puteadas hacia el o ella, y hacia la reputísima madre que lo recontra mil parió.
Es cierto que formé parte de esta raza. 2 veces. Y las vueltas de la vida me pueden poner de nuevo en ese lugar. Es verdad que era muy consiente que recibía insultos, y claro, me molestaba. Pero me chupa un huevo. Así como hoy puedo mirar una foto vieja mía con pelo largo y decir “que hijo de puta”. También te digo a vos, “yo” del pasado, “que hijo de mil puta que eras, dabas asco. Nuevo. Puto”. Lo cual me otorga plena libertad y potestad para putear a Silvia. En realidad no. Pero igual voy a insultarla desmesuradamente.
Silvia hija de puta.
Silvia no era manca de cuerpo, pero sí de alma.
A 5 minutos de estar atendiendo a la señora del número 34. Llamó a su compañera más cercana para que la auxiliara. Quien claramente, en su cara, denotaba un gesto de “me tenés las pelotas llenas, podrías preguntarle a otro, conchuda, 20 veces te expliqué LO MISMO”. Porque claro, a uno siempre le toca el “nuevo boludo”. Nunca el “nuevo avispado”. El nuevo que entiende a la primera, a la segunda, o a la tercera, como máximo. Nunca.
A todo esto, el lugar se iba llenando. Por lo que su compañera, a la que llamaremos Silvia2, ya con los huevos por el piso, hizo lo que toda persona haría. Se corre el teclado para ella. Toca las teclas correspondientes, y hace lo que Silvia1 debería hacer. Sin emitir palabra, por lo tanto sin enseñarle un sorete.
Pero no terminó ahí. Ese, seguramente, fue el paso 1 para vender un chip. El llenado de UNA planilla. Y ponele que hay como 5 planillas.
Y Silvia1 se paraba, se iba hasta la otra punta, preguntaba dónde estaba “X” formulario, y lo tuvo al lado todo el tiempo. Risas. Chistes. Gags. Volvía. Esperaba a que algún otro compañero se liberara de atender a alguien para preguntarle cómo llenar la planilla 2. Se paraba. Pedía el chip. Que le imprimieran otro formulario. Que le olieran el dedo. Que se apretaran los cachetes y dijeran “cancha”. Que dijeran “lápiz japonés” muchas veces y rápido. Boludeces.
Mi temperatura iba aumentando. Mi mirada no se desviaba de Silvia1, con furia. Y ¿cómo mostrar mi desconformidad sin hacer barullo?... Vocalizando bien las puteadas, pero sin decirlas.
El primero en darse cuenta fue el guardia. Un veterano con muy pocas ganas de estar ahí (como todo guardia de seguridad) Que como divertimento, me miraba putear.
Entre idas y vueltas, pasaron 40 minutos.
“¿TREINTA Y CINCO?” (miro mi número, 36… ya lo sabía).
Y los planetas se alinearon. La peor combinación posible se dio. Una dupla mortal: el empleado nuevo con la vieja de mierda.
Sí. Entró el entrañable personaje de “la vieja de mierda” en la historia.
Claramente los momentos más de mierda en mi vida, involucran a una vieja de mierda. Lo cual está bien, por que es su función. El motor de vida de la vieja de mierda es cagar a la gente.
Silvia amablemente le pregunta a la anciana en qué la podía ayudar, y esta le responde que necesitaba un chip nuevo. No mantener el número. Un chip nuevecito de paquete.
¿En qué cambia esto la historia? En lo siguiente.
Resulta que Silvia, va en busca de la lista de números disponibles. Obviamente no la encuentra. Se levanta. Otra vez va hacia la otra punta del local, y le pregunta a un compañero suyo dónde poronga esta la lista con los números disponibles. A lo que éste le señala el escritorio contiguo al de nuestra querida y putita Silvia.
La lista pongámosle que tenía 50 números. Pero tachados. Y solo 4 o 5 libres. Se lo entrega en mano a la vieja de mierda, y ¿qué hace ésta última? Se pone a elegir.
No digo que no elija. Tiene todo el derecho.
Pero a lo que no tenés derecho, vieja hija de mil putas; es a tomarte 5 minutos en elegir entre 5 números, que si no son “fáciles” te lo terminás aprendiendo igual.
Y ahora es cuando Silvi, comete un error garrafal y dice:
- Hay más números en realidad, pero tendría que ir a imprimir la nueva lista.
No es ni necesario contar qué respondió la vieja.
Silvia, si hay algo que me ha enseñado estos años atendiendo al público, entre otras cosas, es: 1. El cliente no tiene la razón un carajo. 2. El objetivo es despachar gente rápido (sin ser grosero). 3. A la gente y a las viejas sobre todo, se les miente, para poder cumplir con éxito el ítem 2.
Silvia, la lista era la de 5 números. Nunca existió una lista grande. Ni había chances de que existiese. La señora nunca se iba a enterar, y éramos todos felices. PERO NOOOOO, Silvia tenía que decirle que había otra lista. Que si demoró 5 minutos en elegir entre 5 números, por qué no hacerla elegir en una de 50. Bien Silvia, bien.
La vieja miraba, y miraba los números. Hasta que se decidió por uno.
Una vez más, Sil no sabía que teclear en su computadora, por lo que esperó a otro compañero.
Ya auxiliada, y a un número de que me tocara a mí. El reloj daban las 14.00hs. Sumándole 10 minutos de caminata de vuelta al trabajo, era sin dudas hora de irse. La señora ya con su ticket y haciendo la cola en la caja. Pero me tenía que ir.
Alguno me puede decir “¿pero boludo, no podías llegar 15 minutos más tarde?”. A lo que contesto, sí, 15 sí. Pero no una hora. Y conociendo a Silvia, no bajaba de ese tiempo.
Así que, me volví con las manos vacías. Aún no sé que voy a hacer. Si volver mañana o esperar al sábado (de mañana) e ir con todo el tiempo del mundo. No lo sé. Lo que sí sé es que Silvia, vas a tener otra oportunidad. Espero que la sepas aprovechar.
Y que ahora, siendo las 16.21, voy a comer la milanga guardada en mi morral.
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